lunes, 30 de abril de 2018

Madame Ophelié

Todo era un silencio proferido,
Mágico para sus ojos,
Aquel reloj, lúcido con decoración de un siglo infinito,
Y la seda de las cortinas que permitía pasar el brillante esplendor de una magnifica noche,
Un alfombrado dorado,
Todo era perfecto, todo resultaba excitante,
Relajante, era magia pura.

En el frio de una invernal noche,
Los sueños parecían vacilar a permanecer en tranquilidad,
Un pensamiento,
Una angustia me quitaba el sueño,
Tal vez sería por la pérdida de mis padres,
Tal vez, solo era eso,
Era, pensándolo bien, una angustiosa media noche,
Mis sentimientos, buscaban un refugio
Lejos del desolado e impávido fulgor de mi alma.

Y entonces, encontré el amor, en medio de aquella estancia,
Su solo mirar, alegró en un segundo el cielo que curvaba sobre mi cabeza,
Y su aspecto, como un ángel esculpido,
El rojo de su bata y el vapor de su bebida,
Me llenaba, toda de emociones,
Emociones todas y fantásticas,
Suspirando, reflejada en sus pupilas, era magia pura.

Hermoso como una pintura,
Bello como la visión de una conversación a la luz plateada,
Usaba las joyas más hermosas, solo para el,
Y aquel bendecido vestido rojo,
Era el testigo de un alma ardiendo dentro de mí,
Entonces, parecía entenderme,
Su cantar, era como carbón para mi caldera,
Y lo miraba, y decía es hermoso,
Siempre a la misma hora,
Junto al reloj, en la pared, cerca de la chimenea,
Le pronunciaba, el amor no es un límite,
Si solo se hace lo correcto,
Entonces sonreía, era el amor en la sala del hotel,
Parecía entender la armonía de la media noche,
Y los ángeles nos llamaron,
“Los soñadores”, era magia pura.


Permaneciendo largo rato,
Frotándome las manos, viendo aquel reloj desconcertante,
Cesando el latir abatido del corazón,
Mi rostro se volvía pálido,
Los anillos resplandecían frente a la chimenea,
Entonces, el reloj, comenzó sus doce cánticos,
Exhalando del bronce de sus manecillas,
Un eco que me recordaba,
El insondable silencio que sus besos me provocaban,
Y al llegar al doceavo repiqueteo,
Mi corazón, latió más febrilmente,
El corazón de mi vida, emprendía un viaje ya,
Y en el reloj de bronce, mi memoria toda,
Me recordaba la razón de mi vida perdiendo la noción del tiempo,
Después de que caía la noche y el alma aparecía como un invitado no deseado,
Lo entendía,
Él se había ido para siempre,

Permaneciendo sola, en la quietud de la estancia,
Mi alma se atormentaba, quedando triste y en la locura,
Usando los sueños que creí realizar,
Y estos anillos que imperaban elegantes,
Sobre el alfombrado, que él no volvería a pisar jamás,
Y a la luz del fuego, el vestido que tantas noches admiro,
Perdía la revestidura celestial con el que adorno
A nuestra velada,
Tan solitaria en la quietud, callaba,
Mi alma toda la situación fantaseaba,
Casi a los primeros rayos de luz que entraban,
Tan plácidamente por la ventana,
Mis lágrimas ya secas revestían mi rostro,
El, lejos de mí se encontraba, para siempre.

Entonces me pareció que el aire me faltaba,
Cada día, mes y año que pasaba,
Dudaba en comprenderlo,
Tal vez, me dije,
Tal vez, hice mal algo,
Inclusive, pudo ser el rojo carmín de mis labios,
Inclusive, pudo ser la seda de mi vestido rojo,
O la cantinela del reloj de cobre sobre la pared el que hizo que ser marchara,
Mientras les imploraba a los ángeles,
Den tregua a esta alma solitaria,
Ayúdenme a caer en el refugio de sus brazos,
No permitan que caiga en la locura de la desdicha,
Piedad, estoy implorando,
Cuando resultaba sentir la fortuna de los días perfumados,
Arrancan de mis manos las fantasías que enlazaba a su lado,
Pero la luna no respondió mis plegarias
Ni, con el más leve murmullo de los profetas venerados
La noche se escapó entre mis manos,
Entre los vagos pensamientos,
Cuando vi el reloj de bronce,
El alba se asomaba,
Por una hora más,
El lejos de mí se encontraba, para siempre.


Y por el tiempo que paso,
Madame Ophelié, comenzaba a encanecer,
Las líneas en su rostro, se asemejaba al desierto del Shibal,
Su soledad, quedo intacta,
Sobre la estancia en la cual esperaba un regreso,
Envejeció, envejeció junto con su esperanza,
Y en sus ojos, la llama de las lunas eternas prevalece,
Y cuando el reloj marca la media noche,
Se puede ver a una bella dama,
Bajando por la escalera del Hotel Phillips,
Con su vestido rojo de seda y el labial carmín,
Con el que se enamoró,
Esperando a que llegara el alba de la mañana,
Para recordar que el,
Lejos de ella, se encontraba para siempre,
Para siempre…