Eh de confesar que sentía escalofríos cuando ella me
hablaba, sentada frente a mí, con aquellas arrugas en su rostro y su bien
definida nariz aguileña. Sentía más sin embargo, que su aspecto había cambiado
un poco, cuando la vi por primera vez, en la primera instancia su rostro era la
de una mujer triste, joven, pero con las marcas habituales de aquel que ha
llorado mucho. Ahora mientras hablaba, sentía que había envejecido más de la
cuenta y que sus ojos eran más demacrados que en un principio decidí no prestar
importancia, si tenía algo que contarme ese era el instante y así lo hizo. Me
es difícil no olvidar casi ningún detalle de la conversación y del lugar en el
que me encontraba, describiré las escenas casi con exactitud fotográfica.
La casa sumamente extraña, de aquellas casas viejas,
pero sumamente limpias, con fotografías en todas las paredes, fotografías muy
antiguas, de gente con atuendos raros, pero a la moda de aquellos tiempos. El alfombrado,
de un color deprimente, un color café con manchas rojas, adornada de arriba
hacia abajo. Sin contar, que, caminando a la estancia de la sala, pude
percatarme de algo que me llamo mucho la atención. Fotografías..., pero no de
gente extraña, eran fotografías…, de niños, a blanco y negro… la sensación de
nerviosismo que experimente fue espeluznante, pero más espeluznante era esa
casa extraña…
-¿Me puede repetir su nombre? –Le espeté mientras me
sentaba en aquel sofá ennegrecido por la suciedad de mucho tiempo.
-Sharin… Me llamo Sharin, pero todos los “lugareños”
me dicen Aída.
Sharin, que nombre tan poco común y desconocido para mí.
“Lugareños”, decidí no prestar más atención y continúe…
-Sharín…
-Dígame Aída… -Me interrumpió.
-Está bien, Aída. Dígame por que las calles lucen tan
vacías, por que la gente se encuentra tan extraña. ¿Qué es lo que está pasando
en este pequeño pueblo?
-Nadie le va a decir nada, porque la gente tiene
miedo.
-Miedo, ¿de qué? –Pregunte asombrado.
-Miedo de que no solo los niños desaparezcan, si no la
gente adulta también. -y acercándose, con aquel semblante cada vez más avejentado
me dijo como en secreto-, todos tienen miedo de hablar de “ello”, la gente lo
sabe, pero sigue creyendo que no pasa nada y que es un “extraño” que se roba a
los niños, pero no es así, y ellos lo saben.
-¿Usted, sabe algo que ellos no?
-No es en absoluto más que ellos no –se relajó-, pero
si lo suficiente para poder desmentir los rumores de que no es alguien “humano”
el creador de los artífices.
-¿Humano? ¿Cómo, a que se refiere que no es humano el
que está causando la desaparición de los infantes? –Cuanto me asombro semejante
afirmación.
-Todo con calma, un relato no se cuenta del final al
principio. Espere y sabrá más de lo que usted piensa. Al referirme a que no es
alguien humano el artífice de semejantes hechos, trato de decir a que una
persona no secuestraria niños para desaparecer con ellos definitivamente, nadie
con corazón, haría algo así, alejar a un pequeño de los brazos de sus padres y
desaparecer. Eso no es humano.
-Claro, continúe.
-Le seré franco Edgar, estas cosas tienen un origen,
un origen que nadie quiere, si quiera descubrirlo, en las calles se leen
carteles de niños que han desaparecido, no apenas, si no que llevan ya incluso
años. ¿Me entiende?
Escuchando atentamente las palabras de esta mujer, me
percaté de que mencionó mi nombre. Si no más recuerdo, jamás me presente con
ella, ni recordaba haberle dicho de donde venía, sin embargo ella me hablaba
con una confianza entera, como si ya me conociera.
-Entiendo. – Le
dije quedamente y sin dejar de mirarla a los ojos.
Continuó.
-Esta, sin embargo es una de las tantas historias que
circulan por el pueblo, esta declaración la dieron los papas de la pequeña
Karen, una niña de tan solo cuatro años. Sus papas le preparaba la cena, cuando
entonces la niña llegó corriendo a la concina donde ellos estaban y apresurada
tomo un par de galletas de la mesa. Sin decir nada dio media vuelta y regreso a
su habitación. Los papas extrañados decidieron seguir a su hija, sin que esta
se diera cuenta. Al llegar a la habitación, la puerta se encontraba entre
abierta, pero los papas no decidieron entrar, se quedaron esperando, ya que,
escuchaban que su hija hablaba con alguien tan quedamente que apenas se
lograban escuchar los murmullos incoherentes. Los papas decidieron permanecer
ahí, curiosos, pero de pronto el silencio se apodero de la habitación y
entonces todo quedo en silencio. Los papas, después de unos segundos sin
escuchar nada, entraron a la habitación, su sorpresa fue sin embargo que la
habitación estaba vacía.
Buscaron a la pequeña por todos lados, pero nunca la
encontraron, jamás se volvió a saber de la pequeña Karen, y aunque sus papas, ofreciendo
recompensas jugosas, jamás alguien dio con el paradero de la niña…
La historia me estaba intrigando y no había hecho
absolutamente nada para tener alguna evidencia, así que mientras Sharin me
contaba la historia, saque de una maleta una grabadora de voz. Lo que paso a
continuación aun me mantiene con el corazón al filo de un acantilado.
El rostro de Sharin cambio completamente por la de una
furia inconmensurable, sus ojos se abrieron como dos carbones encendidos y sus
manos temblaron de manera inmediata.
-¡Que es eso!, le eh dado la confianza de que entre a
mi hogar y escuche lo que tengo que decirle, pero ¿Grabarme?. ¡Quien se ha creído!,
Con todos sus años como reporterucho imbécil, ¿cree que tiene la suficiente
autoridad para venir a mi hogar y grabar una conversación sin mi
consentimiento?
-No, no es eso…
-¡Claro que si!, ¿usted no cree que no, que no conozco
a los de su tipo? ¿Por quién me ha tomado, por una idiota? ¡Que equivocado esta
usted! Debería agradecerme que lo eh dejado entrar en mi casa, debería, debería
usted, de estar adornándome con flores todo esto que usted y su morbosidad pura
no saben. Debe, debe. ¡Debe de retirarse ahora mismo!
Y las palabras se me atoraron en el pecho con súbito
espasmo. Mis ojos estaban perdidos y mis sentidos desorientados. La imagen de
aquella señora, apacible, de ojos tristes, se había convertido en los de una
mujer furiosa, en los de una mujer de edad avanzada, con carácter colegial y de
movimientos fuertes. Su nariz se había agrandado y sus manos habían tomado la
forma de las de unas garras, sus dedos, sin verlo directamente parecían haber
crecido considerablemente. En verdad algo extraño pasaba, pero mis pies no me
dejaban moverme y mis manos permanecían quietas, incluso…, temblando…
-Siento haber sido tan irrespetuoso con mi actitud. No
era mi intención, siendo yo un columnista, debía de tener algún respaldo de mis
investigaciones –los nervios me mataban por dentro, pero por fuera parecía tan
rígido como una piedra-, en todo caso le iba a pedir su autorización. Sé que le
molesto y le pido una disculpa enorme. No quisiera que con este acto echara a
perder la conversación.
Mil disculpas.
Sharin respiro hondamente y prosiguió.
-No te preocupes Edgar, suele pasar, soy una persona
desconfiada, pero sé que tus intenciones no son malas.
No pude evitar seguir notando más cosas extrañas, como
que la casa iba oscureciéndose más, eran no más de las cinco de la tarde y el
sol aun brillaba desde una ventana, pero en el interior de la casa, todo se
tornaban ya más oscuro. Era igual mi imaginación, pero incluso el hedor que
despedía de la boca de Sharin, eso era innegable. Olía muy mal, este aroma
jamás lo percibí en toda la plática, hasta poco después de que ella se hubiese
calmado, olía como a cloaca, como a la carne de un animal descompuesto.
Ella prosiguió...