Si yo hubiera sabido que aquellas palabras iban a
ser las ultimas que le iba a decir, le hubiera expresado algo más que un <<cierra la puerta, pronto terminare,
por cierto el té siempre te queda delicioso y las galletas saben siempre tan
bien, gracias>>. Posiblemente
mis últimas palabras hubieran albergado la expresión más amorosa que jamás
le haya exclamado, él Te Amo más caluroso y afectivo, pero no, no fue así, me
arrepiento de ello, no se las dije y jamás podré decírselas ya…
Últimamente me había enfrascado tanto en mi
trabajo, tenía que terminar el libro, mi editor me lo exigía y yo había sufrido
meses anteriores el tan famoso “bloqueo del escritor”, por más que lo
intentaba, no podía escribir nada, ni, incluso la idea más sencilla –aunque
pasara frente a mis narices-, era, muy difícilmente procesada y digerida la
idea por mi cabeza, mis pensamientos se habían bloqueado, me sentía como un atleta
que acaba de regresar de una lesión y le es imposible correr y practicar libremente
sus rutinas como si estuviera en el mejor momento de su vida, cuando intentaba
escribir algo, mi mente se apagaba automáticamente, pasaba horas sentado,
mirando las teclas de mi máquina de escribir, y juro que no podía materializar
nada. Las ideas en ciertos momentos llegaban a mí, pero cuando procedía a
darles forma escribiéndolas, estas se desvanecían cual humo de una fogata. Me
sentía inútil, lo más preciado para mí, lo que me daba de comer a mí a mi
esposa, lo que nos permitía sobrevivir día a día, estaba desapareciendo.
Ese toque especial de magia se iba desvaneciendo
como la nieve al salir el sol. No sabía él porque estaba sucediendo, parecía al
inicio algo normal y lo había dejado pasar, conforme transcurrían los días, me
daba cuenta de que se estaba descontrolando la situación, pues en realidad, me
era imposible descubrir la razón para erradicarla. Tal vez -pensé-, tal vez es
algo pasajero, mis ideas volverán a fluir como los ríos de babilonia, la sangre
correrá de nuevo en mis libros y nadie se habrá percatado de ello, pues el
convenio con mi editor era de un libro por año, habían pasado cinco meses desde
mi primer bloqueo mental, aun me quedaba tiempo, ¿o no?
Mi nombre, posiblemente muchos lo habrán
escuchado, en pláticas nocturnas, entre los relatos más famosos y los
aparadores de las librerías más populares, si, ese soy yo, no acostumbro a
mencionarlo, pues no siento que sea algo sorprendente, sorprendente –a palabras
de mis lectores-, son las historias y el realismo que plasmo en ellas, son como
los relatos ideales para cada situación, para cada momento, tan llenos de vida
como de muerte, vendía miles de libros, siempre eran agotados por los
consumidores en las primeras semanas.
Me sentía feliz, me sentía poderoso, mi
rostro, se alzaba en las marquesinas y los pomposos espectaculares, en las
luminarias en las paredes. Era sumamente increíble, yo jamás me lo creía, pero
a pesar de ello, no perdí ni un solo día el suelo. Mi manera de presentarme,
era la misma, con cortesía y suma cordialidad, mi hogar, con lo necesario, mi
vida, con mi bella esposa, una vida ordinaria, lejana de la ciudad y con mi
sala de estudio, no podíamos pedir más. Era por eso y por muchas otras cosas
que no podía aceptar que después escribir más de una docena de libros, ahora me
viera afectado por lo que creí que jamás me sucedería. Lo que me resulta
curioso era que siempre hacía el mismo ritual antes de escribir. Si, los
escritores tenemos “un ritual” en el que usamos para inspirarnos y sentirnos cómodos
para poder escribir una buena o mala historia, pero ese “ritual” nos ayuda a
canalizar las ideas y a preparar el terreno del universo infinito. Yo siempre
tomaba una taza de té caliente con dos cubos de azúcar y galletas, la música
profunda se hacía presente al iniciar, era una rutina tan placentera que el
escribir me resultaba tan fácil como mirar a las estrellas y hablar al iré
libre en medio de una noche fresca.
Las estrellas siempre eran mis fieles soldados y
la noche representaba para mí la liberación de todos los fantasmas y miedos que
aquejaban mis estremecedores sueños. Siempre en el mismo sitio, frente a la
misma ventana abierta que daba al campo, siempre con la misma taza y el mismo
plato, siempre con las mismas canciones, ¿que estaba saliendo mal?
Mi editor me visito aquel día en el que todo
sucedió, llevaba un elegante traje negro con corbatín, se sentó en la silla de
madera de mi esposa, me miro con recelo y me comento que esperaba lo mejor de mí,
siempre daba grandes y jugosas ganancias pues mis ideas eran excelentes para la
gente que busca de algo morboso en las situaciones y tragedias interesantes, yo
no le fallaba, era su mejor escritor, comento también que esperaba que el libro
que estuviera escribiendo fuera el que yo siempre en algún momento llamaba “mi
obra maestra”, la cual nunca había podido escribir. Antes de irse, me tendió un
sobre, dentro contenía una carta que mencionaba diversas cosas, entre ellas –la
parte que más me intereso-. El importe por una cantidad muy atractiva, esos
números entrarían a mi cuenta y serían para mí si lograba terminar mi nuevo
libro antes de que terminara el año, después de ello salió, lo seguí con la
mirada, hasta que simplemente desapareció....(Continua)