sábado, 5 de enero de 2019

Amante eterno. Fragmentos de un corazón inmortal

 ...Eh mencionado que siempre eh sido orgulloso de mis sentidos, pero aquella noche fue diferente, al entrar al recinto en el que la gran juerga se celebraba, lo percibí detenidamente, como cuando uno disfruta una puesta de sol, lo primero que recuerdo al pensarla fue, ese, su perfume... La fragancia perfecta, el aroma que su cuerpo enfatizó mis sentidos como el florecer de los pétalos de las rosas en el claro del anaranjado amanecer. 


Mis ojos se volvieron lucidos como ríos embravecidos, gire inmediatamente, entonces sucedió lo inimaginable, un ser como yo jamás quiso enamorarse, lo sabía y era difícil para mí aceptarlo, pude tener lo que siempre quise, obtenerlo por medios propios o utilizar a alguien más, lo obtenía todo, pero jamás obtuve la sensación de sentir amor, pero, como para mí el apego afectivo no me conmovía, prometí no enamorarme ni querer a nadie más, porque, a pesar de todo siempre eh visto partir a lo que en algún momento adore, veneré e idolatré, me propuse a que los sentimientos fueran cosas aborrecibles que solo vivirían en el pasado, en mi pasado, y, el día que llegara suceder algo semejante, lo desecharía como un guante al cesto de la ropa, pero para mi mayor asombro, en ese instante lo admito, olvide todo, olvide lo que era estar en este plano mortal y mis instintos se volvieron humanos, aquel que niega sus impulsos, está olvidando todo lo que nos hace sentir vivos, en aquellos instantes, sentí que volvía a vivir, percibí que algo en mi comenzaba a removerse. Como atraída por un imán volteo a verme, tal vez por casualidad, tal vez por percepción, no lo sé. Sostuvo su mirada ante mí, sus ojos, su mirada perfecta, un verde celestial, pupilas verdes como el mar en calma y de brillo insostenible. ¡Que ojos! 

Fue en el preciso instante en el que llegamos a un pacto, solo con la mirada. Me observo con una intensidad como la de los volcanes en erupción, tan vivos, tan ardientes. Esos ojos tenían vida, brillantes como cañones a mi corazón... la vi tan cerca, tan cerca de mí, sentía que podía tocarla con las yemas de mis dedos, tan suave como las alas del colibrí y tan perfecta como “Marlozina”, la musa de Apolo D´Cornelious, mis pupilas se abrieron como cascadas, mi cuerpo se pasmó en un solo instante, ella tan perfecta, sostenía la mirada, el verde de su mirada era de un esplendor real, podía ver el cielo y el infierno a través de su cristalina mirada, me causaba una inexplicable fascinación, ni el más grande poeta hubiese podido perfeccionar tan bella lirica con solo observarla, jamás exagero nada, pero, ¡Que hermosa era!, nacida de la tierra, la belleza ideal era su carta de presentación, era de una fabulosa realidad, su cabello claro, casi dorado caía por las sienes como rayos de luz, las puntas de su cabello tocaban la blancura de sus desnudos hombros, como incitándola al pecado, un brillo y una vivacidad insostenible se asomaba por la delgada línea de su sonrisa, eran rayos como estrellas al anochecer. Entonces sonrió solo un poco y los hoyuelos en el satén rosado de sus suaves mejillas, hacían que de mi alma se escaparan enormes injurias de amor y deseo. Brillaba de entre todos los presentes, y para mí el mundo se oscureció, dejando entrever a través de la multitud la perfecta luz que emanaba de su ligero cuerpo.

Los detalles están tan grabados en mi mente como si hubiese sido ayer, tan grabados y ahora definidos en cada matiz y en cada sílaba pronunciada, turbado y estupefacto, alcé mi copa, lo acerque a mis labios y bebí, ella desvió un poco la mirada hacia algún sitio, el cual no identifique, el aterciopelado escote de su pecho, me agito la respiración, era una diosa en la completa extensión de la palabra, el lunar en la comisura del labio superior derecho no escapo a mis ojos, así como los demás rasgos que de ella emanaban como sus pestañas y el vello delicado y delgado claro de su barbilla, el matiz de su vestido escarlata con mangas de armiño que dejaban entre ver unas manos patricias y el agonizante matiz  transparente del color de sus uñas en sus dedos tan vivos como las auroras en el cielo.

Nadie parecía percatarse de mi sentir, de mi agónica y desfalleciente respiración más que ella, entonces como para cerciorarse que seguía ahí volvió a mirarme y lo descubrí entonces. Sus ojos eran un poema, en el que cada mirada era un canto.

Sonrió inexplicablemente y pareció disfrutar mi suplicio, con un delicado movimiento llevo su lúcido cabello tras su oído y pude contemplar más lunares entre la luz de los candelabros y el fulgor de las velas en su molde, yo, incapaz de moverme quede pensativo, sin lugar a dudas era de una belleza sobrenatural, encendió mis ojos como tizones al rojo vivo, la respiración volvió a ser como la de un caballo en el frio invierno, entonces deje a un lado mi copa y me acerqué lentamente para intentar conocer a semejante damisela...