jueves, 18 de enero de 2018

Albius



Albius, hijo de Oteim, heredero del reino del legendario palacio de las tierras de Amperius. Dios de la divina sabiduría.

Antiguamente Albius, viajaba de pueblo en pueblo, maldiciendo su destino, la noche lo protegía con el plateado cobijo de las brillantes lunas de Mantuaj, y el eterno rey brillante lo liberaba con su celestial fuerza. Emprendiendo la marcha, buscaba su destino, huyendo del que su padre, Oteim, dios de la fuerza, le había impuesto al nacer.

-Hijo mío, tus dominios sobre los seres de la inmundicia estará entrelazada con tu habilidad de la serenidad y la seguridad, la transmisión de los elevados dotes del conocimiento dependerá de la sagacidad con que te enfrentes a la vida y a los demonios que ella alberga, transmite la esencia del espíritu y del conocimiento de los misterios que la divina eternidad ronda por las antiguas creencias.

El príncipe que algún día decidió seguir los pasos de su padre y gobernar las tierras prometidas, encontró en su camino al joven Tluman, después de una larga charla con el antiguo sacerdote del Amperius, este le comento que su camino se vería ensombrecido por el nacimiento de su hermano, el que sería el futuro dios de la espiritualidad. Este niño –decía Tluman-, tendrá el poder sobre el hombre, este irá más allá de las alas de la sabiduría, encarnará la fuerza de voluntad. Quedarás en las garras del destierro, no debe de nacer.

Albius que al escuchar semejantes palabras blasfemas, trató de buscar la manera de frustrar el nacimiento de su futuro hermano, por lo que recurrió a las Murias, antiguas espiritistas de los dioses. Cegado por la ira y las palabras cargadas de envidia de Tluman, no solo quería evitar que su hermano naciera, si no quería evitar que ningún bebe de cualquier cielo naciera a partir de ese momento. Las Murias se burlaron de él. El equilibrio de la vida depende de las futuras dinastías, no puedes contra la naturaleza, ella es la maestra de la sabiduría. Albius, olvido todo lo aprendido, y en un arranque de rabia, desenvaino la espada y asesino a una de las Murias, estas, al ver a su hermana caída. Maldijeron al joven y prometedor dios a olvidar todo lo que sucediera, a olvidar a quien el conociera, no habría nadie a quien querer, ni a quien odiar, vagaría solo por las aguas prometidas, más allá de las tierras divididas, moriría solo, en el olvido, nadie recordaría quien sería, y el olvidaría quien es.

El señor de la sabiduría, en un afán por querer evitar el nacimiento de su hermano, se entregó al odio, ahora arrepentido, buscaba refugio para su trágico destino, el antiguo dios de la sabiduría ahora era solo un ermitaño que navegaba el rio de los Sacros, sin rumbo, sin fin.

Y el sentimiento lo acechaba con enorme sutileza, con sucintas rencillas, para él, fue el ahogo que desato la plaga de las cuatro tierras, y para cuando, en algún tiempo perdido, volvió a  afilar su espada, logró sentir, como en su mano pudo empuñar la vergüenza a la que había caído, trato de recobrar el brío de su vida, pero ya nada volvió a ser como antes, condenado, derrotado y olvidado, perdió el poder de las joyas de Barando, las cuales le fueron heredado al nacer, Barando, que significaban la abundancia del hombre.

Quedando solo, en el delirio, fue recogió por Unyes y cobijado bajo el mundo de los cielos eternos, se le volvió a dar la oportunidad de recobrar el honor, ahora, en las lejanías, la magia de Unyes revertía solo un poco la maldición echada por las  Murias, tuvo que abandonar los poderes de un dios, tuvo que perder las celestiales joyas heredadas, perdió la divinidad, pero recupero la gallardía, y el brillo en sus ojos volvieron a regocijar una nueva vida, ahora marcha y cabalga con los ejércitos del octavo reino en busca de las reliquias del poder en su forma humana, ahora llamado Zeia.




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