Albius, hijo de Oteim,
heredero del reino del legendario palacio de las tierras de Amperius. Dios de
la divina sabiduría.
Antiguamente Albius,
viajaba de pueblo en pueblo, maldiciendo su destino, la noche lo protegía con
el plateado cobijo de las brillantes lunas de Mantuaj, y el eterno rey
brillante lo liberaba con su celestial fuerza. Emprendiendo la marcha, buscaba
su destino, huyendo del que su padre, Oteim, dios de la fuerza, le había
impuesto al nacer.
-Hijo mío, tus dominios
sobre los seres de la inmundicia estará entrelazada con tu habilidad de la
serenidad y la seguridad, la transmisión de los elevados dotes del conocimiento
dependerá de la sagacidad con que te enfrentes a la vida y a los demonios que
ella alberga, transmite la esencia del espíritu y del conocimiento de los
misterios que la divina eternidad ronda por las antiguas creencias.
El príncipe que algún día
decidió seguir los pasos de su padre y gobernar las tierras prometidas,
encontró en su camino al joven Tluman, después de una larga charla con el
antiguo sacerdote del Amperius, este le comento que su camino se vería
ensombrecido por el nacimiento de su hermano, el que sería el futuro dios de la
espiritualidad. Este niño –decía Tluman-, tendrá el poder sobre el hombre, este
irá más allá de las alas de la sabiduría, encarnará la fuerza de voluntad.
Quedarás en las garras del destierro, no debe de nacer.
Albius que al escuchar
semejantes palabras blasfemas, trató de buscar la manera de frustrar el
nacimiento de su futuro hermano, por lo que recurrió a las Murias, antiguas
espiritistas de los dioses. Cegado por la ira y las palabras cargadas de
envidia de Tluman, no solo quería evitar que su hermano naciera, si no quería evitar
que ningún bebe de cualquier cielo naciera a partir de ese momento. Las Murias
se burlaron de él. El equilibrio de la vida depende de las futuras dinastías,
no puedes contra la naturaleza, ella es la maestra de la sabiduría. Albius,
olvido todo lo aprendido, y en un arranque de rabia, desenvaino la espada y
asesino a una de las Murias, estas, al ver a su hermana caída. Maldijeron al
joven y prometedor dios a olvidar todo lo que sucediera, a olvidar a quien el
conociera, no habría nadie a quien querer, ni a quien odiar, vagaría solo por
las aguas prometidas, más allá de las tierras divididas, moriría solo, en el
olvido, nadie recordaría quien sería, y el olvidaría quien es.
El señor de la sabiduría,
en un afán por querer evitar el nacimiento de su hermano, se entregó al odio,
ahora arrepentido, buscaba refugio para su trágico destino, el antiguo dios de
la sabiduría ahora era solo un ermitaño que navegaba el rio de los Sacros, sin
rumbo, sin fin.
Y el sentimiento lo
acechaba con enorme sutileza, con sucintas rencillas, para él, fue el ahogo que
desato la plaga de las cuatro tierras, y para cuando, en algún tiempo perdido, volvió
a afilar su espada, logró sentir, como en
su mano pudo empuñar la vergüenza a la que había caído, trato de recobrar el
brío de su vida, pero ya nada volvió a ser como antes, condenado, derrotado y
olvidado, perdió el poder de las joyas de Barando, las cuales le fueron
heredado al nacer, Barando, que significaban la abundancia del hombre.
Quedando solo, en el
delirio, fue recogió por Unyes y cobijado bajo el mundo de los cielos eternos,
se le volvió a dar la oportunidad de recobrar el honor, ahora, en las lejanías, la magia de Unyes revertía solo un poco la maldición echada por las Murias, tuvo que abandonar los poderes de un
dios, tuvo que perder las celestiales joyas heredadas, perdió la divinidad,
pero recupero la gallardía, y el brillo en sus ojos volvieron a regocijar una
nueva vida, ahora marcha y cabalga con los ejércitos del octavo reino en busca
de las reliquias del poder en su forma humana, ahora llamado Zeia.
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