domingo, 26 de agosto de 2018

El Llamado (Parte 5)


Los pensamientos iban y venían como el viento, de un lado para otro, al principio me pareció confuso todo, no recordaba casi nada en absoluto, me resultaba difícil concentrarme, pues sabía que algo estaba pasando ya no era tan natural como lo imaginaba, pero sentía la extraña ansiedad de escribir todo lo que me pasaba, no podía contenerme, rayaba libretas, paredes, madera, concreto, todo lo que se me atravesara y cada que concebía una idea. Mi esposa, comenzó a preocuparse, cada vez que ella me preguntaba si estaba bien, yo solía responder <<de maravilla cielo, necesito hacerlo>>, inmediatamente me daba la vuelta y me encerraba en la habitación, en el múltiple y complejo bosquejo de mis pensamientos, mientras “Wagner” o las “Revelaciones del Salmes Secreto”, aparecían desbordando paranoia e intriga entre mis ideas desbordadas, todo comenzaba a tomar un matiz de color rojo, un extraño y oscuro matiz tenebroso, lo estaba haciendo, mientras la tormenta tomaba de nuevo un rumbo directo, recordaba como pasaba, pues después de aquella noche, todo cambio, el trato hacia mi familia, mis amigos, incluso hacia mí mismo, fue distinto, olvidaba mantener los detalles que tanto me caracterizaban, por continuar escribiendo como una especie de loco imparable.

Lo recordé aún mejor, cuando llegue a la parte de mi nuevo libro en la que relataba, el asesinato de Mary D´Frain, en el que el asesino homicida, se levantaba al día siguiente lentamente, en el que abría los ojos y parecía entre recordar y confundir los actos de la noche pasada, su mirada era extraviada como la mía aquel día, en mi historia, el asesino no sabía si había mantenido un sueño sobre un crimen extraño o, si en realidad, la ficción de su sueño fuera realidad, y así anduvo por varios días hasta que lo recordó casi todo, al menos los detalles en específicos <<Tu Obra Maestra>>, <<El asesinato de Mary D´Frain >>, todo era real, ¿lo era?,- Si lo era. Y lo recordaba casi en su totalidad, salvo por ciertos detalles que aún me confundían de manera sorprendente al grado de olvidar mis rutinas y mis rituales antes de comenzar a escribir.

Permanecía horas y horas sobre mi maquia de escribir vieja, con la mirada fija a la ventana, sin expresión, escribiendo lo primero que llegaba a mi mente, sin saber que las ideas que creía locas y alejadas de mi realidad, formaban el complemento perfecto para una historia que jamás creí poder llevar a cabo, y que ahora de manera inimaginable, lo está materializando, mientras todos a mi alrededor se preocupaban por mí, lo cual jamás respondía a los llamados, a las atenciones que en un tiempo me hacían sentir afortunado. Era su imagen, si, su imagen de “El”, lo que me mantenía en jubilo, en insomnio, por el miedo de que pudiera aparecerse, que me llamara con esa voz gutural, con esas garras, esas uñas negras, que saliera del humo gris, era eso lo que me mantenía escribiendo sin cesar, sin titubear ni un solo segundo.

No recuerdo cuanto tiempo exacto escribía al día, no recuerdo con sensatez, cuantos días pasaron desde mi charla nocturna. No recuerdo cuantas veces abrace y bese a mi mujer, no recuerdo cuantos vestidos uso y cuantos aretes coloco entre la esperanza de los columpios  de sus bellos oídos, deje de oler el perfume a mil jardines, ahora el único aroma que disfrutaba era el de la tinta y el papel limpio y nuevo, me sentía extraño, por las madrugadas me sentía una persona repugnante, pero incluso ese sentir no paro mi ambición de terminar lo que comencé. Pasaron meses y meses, meses en los que sentía la necesidad de acabar lo más pronto posible, de ver cuál iba a ser la reacción de mi público, si tenía el don y lo estaba utilizando a cada instante de mis días, era porque tenía que ser la más grande ambición de todo escritor. Era, no, debía de ser, si, iba a ser, en tu totalidad, las más grande obra de todas, en ese instante me sentí feliz, más de lo que había sentido en meses anteriores, ahora estaba a punto de terminar, me enfrasque en el trabajo, tanto que deje de asearme, la barba comenzó a cubrir zonas en mi rostro donde no hubo jamás vello alguno, mis dientes se hicieron amarillos por los tés que tomaba a diario, el aroma de mi cuerpo se hizo penetrante e insoportable. ¡Estaba a punto de terminar!, qué clase de persona me convertiría si no terminaba esto, estaba a unas páginas de poner el tan aclamado “Fin”, no era un “y vivieron felices para siempre” era un “Fin” en el que el asesino, escapaba y burlaba a la autoridad, en el que el malo ganaba, en el que el bueno moría, no me limitaba ningún detalle, describía las escenas con una exacta definición, cada movimiento, cada gota de sangre derramada, cada palabra, cada facción, cada detalle, ¡Todo!, ¡Todo! Mi esposa me dijo un día que es estaba obsesionado con ello, que debía de parar ¡Estupideces!, y yo solo respondí. <<Pronto te tragaras tus palabras, ya verás>>, mientras yo escuchaba la puerta tras mi espalda, continuaba con lo mejor que me había pasado, en verdad estaba a solo unas páginas de terminar, todo volvería a ser felicidad, todo de veras que si ¿En verdad estaba en lo correcto? Debería de estarlo…

Pero, sin saberlo, me equivocaba, no era así.

Solamente estaba acelerando mi propia muerte y no lo sabía, mientras escribía no me daba cuenta de que el plazo para que “El” volviera a regresar, iba a ser al terminar mi libro pero al final de todo, sin lugar a dudas, ya era algo que no me interesaba, escribí mi  mejor historia, mi “Obra Maestra”, y saben, me sentía tan feliz como nunca.

Todo culmino una noche de Diciembre, estaba a tan solo cinco hoja de terminar, y yo lo sabía, me levante y llame a mi esposa.

Ella entro despreocupada y con aire ausente. Me miro y puso una mano en mi hombro.

-Te Amo… -Y su voz sonaba algo aliviada, creo que sabía que estaba a punto de terminar. Yo no respondí nada.

-Ya sé que te hará sentir mejor, una cena con velas, prepare algo delicioso, por si gustas.

-Preferiría un té y unas galletas. Guarda el vino para el final.

Me di la vuelta y aun después de tantos meses de arduo trabajo, le esboce la primer sonrisa sincera y con mucho afecto, ella me la devolvió y me beso la frente.

-Ahora regreso. Dio media vuelta y como en muchas ocasiones salió.

Baje un poco el volumen de “Réquiem” de Mozart, y escuche sus pasos en la cocina, unos platos un poco de agua y después silencio, no en su totalidad, pues aun escuchaba ligeramente que realizaba alguna que otra actividad.

Subí el volumen y continúe escribiendo, no pare hasta que entro mi esposa unos diez minutos después, se acercó a mi escritorio y dejo una charola con una taza enorme de té y muchas, muchas galletas, se veía hermosa, no había percibido tal detalle mientras yo continuaba escribiendo, subió a vestirse con aquel vestido de franjas de colores, azules, anaranjados y verdes que tanto me gustaba, se perfumo el cabello, el aroma, claro, sandia fresca. Era una diosa, cuanto la ame.

Ella se dio la vuelta y antes de irse por completo se volteó y me dijo:

-Te espero, no tardes.

Me gire un poco de mi silla y con el rabillo del ojo la vi por última vez, sin que yo lo supiera, y fue cuando le dije palabras normales, pero que ahora, hubiera preferido cambiarlas, hubiera preferido simplemente levantarme e irme con ella y no terminar jamás, pero era tarde, sentía la necesidad de terminar ya, así que solo dije:

-Cierra bien la puerta, pronto, pronto terminare, por cierto el té siempre te queda delicioso y las galletas saben siempre tan bien, gracias.

-Te Amo…

Escuche el clic de la puerta al cerrarse, y todo había acabado ahí.

Sin saberlo había firmado mi sentencia de muerte al escribir las siguientes palabras…
Se acercó lentamente a la puerta de su nueva casa en Olvayor Isle, vistiendo sus pantalones favoritos y ese sombrero elegante, al salir el sol dio de lleno a su rostro pálido, pero la sonrisa en su rostro reflejaba que lo disfrutaba, camino por la acera de la calle, con una despreocupación que daba miedo, observó a su alrededor, era un gran día, nadie lo sabía, pero el, ya había elegido a su próxima víctima, y saben, era hermosa…

Respire profundamente, me recargue sobre mi silla, los huesos me crujieron como una especie de costal con vidrios rotos. Sonreí como nunca en la vida, justamente, la música paro, no le di importancia y todo quedo en silencio, no pensaba en nada más que en lo que había creado, lo que había salido de mi mente, estaba orgulloso de mi mismo, de mi capacidad y mi sagacidad, era único, las alabanzas hacia mí, eran enormes, me levante lentamente, quite la última hoja de la máquina de escribir y la coloque sobre las otras mil ochocientas hojas restantes, aquella última hoja, era la mil ochocientas una.
Permanecí de pie, quieto, mirando a la ventana, algo en mí sabía que había terminado, quise echar a correr a ver a mi esposa, pero los pies no me respondieron. El final llego cuando las luces se apagaron lentamente, cuando la luz comenzó a desvanecerse, como si estuvieran muriendo, yo voltee a todos lados, como si estuviera extraviado, aun así sentía una paz interna, la misma tranquilidad de aquella noche cuando inicio todo. No tenía miedo, pero el silencio era aterrador, permanecí quieto, sintiendo el pálpito de mi corazón. La voz surgió como el canto de un cuervo en la cima de una casa abandonada, tan lúgubre, tan fría y extraña. Provenía de todos lados, no sabía a ciencia cierta donde estaba.

-Lo has hecho muy rápido, mas rápido de lo que esperaba.

-Aun, aún queda tiempo ¿no?

-Lo siento, es hora.

-Pero, mi vida, mi esposa, ¿Qué sucederá con ello? –Ahora mi voz sonaba casi desesperada, y con algo de súplica.

-Por tu esposa, no debes de preocuparte, soy justo, ella estará perfectamente. Por tu vida, bueno, por tu vida creo tampoco deberías de preocuparte. Hay cosas más importantes por las que hay que encargarnos ahora. –Pudiera describir la voz, tan serena, con paciencia y cargada de secretos.

-¿Y cómo será?

-Como lo imaginaste posiblemente, lenta, sin dolor, simplemente ven.

-¿Dónde, donde estás?

Una mano apareció de entre la densa oscuridad, la misma mano, la misma garra ahora tocaba de nuevo mi corazón. Pero esta vez fue diferente, no vi nada extraño, no sentí absolutamente nada, era como si un viejo amigo me palmeara el hombro y me dijera <<ven, vamos a caminar viejo amigo>>

Respire hondo, y empecé a andar, fue extraño, pues mientras avanzaba, a cada paso que daba, olvidaba cosas de mi vida, trate de recordar mi niñez, mi vida con mis padres, mi absoluta dedicación al elegir mi carrera universitaria, pero saben algo, solo recuerdos vagos de lo que pudo haber sido otra vida, comenzaba a olvidarlo todo, no recordaba lo que fue mi vida. Mi habitación,  no muy grande, ahora me resultaba inmensa, caminaba entre la neblina gótica, mientras, una parte de mi pretendía creer que todo estaría mejor, y así fue, que voltee una última vez, un vez más hacia donde había obtenido mis mayores logros, y si, ahí, ahí me encontraba yo, sentado en mi escritorio, con el manuscrito a mi lado izquierdo, con algunos restos de galletas en ellas, mis brazos, cruzados y mi cabeza apoyada sobre ellos. Sonreí, dormía, dormía como un pequeño infante, mi cabeza ladeada y mis ojos cerrados daban la impresión de que al fin el descanso era merecido después de un arduo trabajo, lo merecía, ahí me encontraba ya, tan apacible y tan sereno. Mi esposa me encontraría así, quieto con los ojos cerrados, y lamentablemente, ya…, sin vida…




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