domingo, 5 de agosto de 2018

El Llamado (Parte 2)


No puedo calcular cuánto tiempo permanecí de pie, en la puerta mirando el horizonte, con aquella carta en la mano, pensando en simplemente de cómo no había tenido el valor para decirle que en cinco meses no había podido escribir nada y que no tenía ni la más remota idea de que escribir, oh siquiera que historia iba a plasmar en hojas nuevas.

Me acobarde, y me refugie en un silencio tan prolífico, que me sorprendió como solo escuchaba y asentía con la cabeza, <<Si, K, lo sé, si K, estoy consiente>> etc. Cerré la puerta de la casa y me adentre, vi los cuadros que había colgado con mis reconocimientos y mis premios por mi implacable tenacidad a la hora de escribir. El sol comenzaba a desdibujarse en el cielo, el ocaso estaba aproximándose y fue cuando, sin darme cuenta de mis palabras, lo desee fervientemente mientras me acercaba a la ventana frente a mi escritorio, miraba el cielo de una manera furtiva, los nervios comenzaron a apoderarse de mi <<…Si no puedo escribir más, si ninguna idea vuela, surca por mi cabeza, me gustaría hacerlo una vez más, tal vez, solo una vez más, me eh de retirar y si puedo escribir una historia, quisiera que fuera esta, desde hace tiempo quiero escribirla, pero ni en mis mejores días lo eh logrado concientizar para poderla iniciar, solo una vez más, solo esta vez mas…>> Sin percatarme de lo que hacía empuñe mi mano tan fuertemente que esta sangro un poco. Permanecí de nuevo unos minutos junto aquella ventana, un viento fuerte entro por ella que hizo que saliera de mi corto trance, di la vuelta lentamente y frente a mi estaban los dos libreros grandes que mi esposa y yo habíamos comprado para colocar nuestros libro predilectos, ella lo eligió de color blanco y yo de color negro  mi librero estaba más lleno dado a que utilizaba muchos libros como base o como obtención de ideas, por lo cual estaba más variado en comparación con los de mi esposa, que leía todo tipo de novelas pero era más reservada con los libros que  devoraba. Al ver los libreros, tome la opción de intentar escribir esa noche, no me levantaría hasta que alguna idea comenzara a fluir sola, sin trabajo sin exasperación, decidí que era buena idea, opte por tomar cuatro libros de poesía y uno de Edgar Allá Poe como base trágica, los lleve a mi escritorio y dedique unos segundo a contemplarlos, eran hermosos, pero más hermoso, lo que de mi mente iba a comenzar a fluir, me sentía motivado y lleno de vivacidad, no tenía sueño ni hambre, lo cual m-e ayudaba, ya que con alguna de las dos cosas, mis ideas se veían reducidas por el deseo de tener alguna de las dos en el momento, ignore por completo todo y llame a mi esposa, después de unos minutos ella entro relajadamente con su sonrisa especial y seductora, con aquel vestido rojo que tanto me gustaba y con aquellos aretes de manzana que la hacían lucir espectacular.

-¿Está todo bien amor? –Me espeto con delicadeza pero con una mirada merodeadora-

-Si amor, todo excelente, -exclamé con entusiasmo, en sus ojos pude notar algo de curiosidad por mi cambio repentino-, hoy amor, me siento motivado, hay, hay algo que no sé qué sea, pero me ha inspirado, creo que las galletas y él te regresaran de nuevo.

Ella me miro y sonrió, la contagie con mis ánimos, me esbozo una sonrisa tan amplia que la vi radiante bajo la luminosa luz  de la habitación, nunca la había visto tan bella, me sorprendió como mi visión sobre las cosas habían cambiado, ahora, veía luz aquí, felicidad allá, inspiración hasta en el cuadro de la montaña que colgaba en una de las paredes de mármol, sinceramente creí que podría escribir un libro ¡Sí!, “mi obra maestra”, ¿porque no?

Mi esposa me abrazo y me beso tan deliciosamente que tuve una enorme erección, pude reconocer la sensación de sus manos, era la señal de que quería hacer el amor, pero no esa noche…

-Hoy no amor, hoy habrá magia, pero en mis manos.

-Lo sé, espero que esa magia crezca en la cama, cuando termines.

Y así como así salió de la habitación, yo sabía que regresaría con las galletas, con él te. Regresaría y me vería entretenido en mi trabajo, sabría que no diría nada, solo entraría, dejaría las cosas y saldría lentamente. En cuando a mí, al ver que la puerta se cerraba frente a mí, di la vuelta y con suave y ligero movimiento me senté frente al escritorio, frente a mi máquina de escribir vieja, tan vieja como el puente de la vieja estación del ferrocarril, con algunos bracillos oxidados pero aun funcionales, me concentré, los dedos comenzaron a bailar como lindas bailarinas, lo estaba haciendo, lo iba logrando. La tormenta se había desatado... (Continua)






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