No puedo calcular cuánto tiempo permanecí de pie,
en la puerta mirando el horizonte, con aquella carta en la mano, pensando en
simplemente de cómo no había tenido el valor para decirle que en cinco meses no
había podido escribir nada y que no tenía ni la más remota idea de que
escribir, oh siquiera que historia iba a plasmar en hojas nuevas.
Me acobarde, y me refugie en un silencio tan
prolífico, que me sorprendió como solo escuchaba y asentía con la cabeza, <<Si, K, lo sé, si K, estoy
consiente>> etc. Cerré la puerta de la casa y me adentre, vi los
cuadros que había colgado con mis reconocimientos y mis premios por mi
implacable tenacidad a la hora de escribir. El sol comenzaba a desdibujarse en
el cielo, el ocaso estaba aproximándose y fue cuando, sin darme cuenta de mis palabras, lo desee fervientemente
mientras me acercaba a la ventana frente a mi escritorio, miraba el cielo de
una manera furtiva, los nervios comenzaron a apoderarse de mi <<…Si no puedo escribir más, si
ninguna idea vuela, surca por mi cabeza, me gustaría hacerlo una vez más, tal
vez, solo una vez más, me eh de retirar y si puedo escribir una historia,
quisiera que fuera esta, desde hace tiempo quiero escribirla, pero ni en mis
mejores días lo eh logrado concientizar para poderla iniciar, solo una vez más,
solo esta vez mas…>> Sin percatarme de lo que hacía empuñe mi mano
tan fuertemente que esta sangro un poco. Permanecí de nuevo unos minutos junto
aquella ventana, un viento fuerte entro por ella que hizo que saliera de mi
corto trance, di la vuelta lentamente y frente a mi estaban los dos libreros
grandes que mi esposa y yo habíamos comprado para colocar nuestros libro
predilectos, ella lo eligió de color blanco y yo de color negro mi librero estaba más lleno dado a que utilizaba
muchos libros como base o como obtención de ideas, por lo cual estaba más
variado en comparación con los de mi esposa, que leía todo tipo de novelas pero
era más reservada con los libros que
devoraba. Al ver los libreros, tome la opción de intentar escribir esa
noche, no me levantaría hasta que alguna idea comenzara a fluir sola, sin
trabajo sin exasperación, decidí que era buena idea, opte por tomar cuatro
libros de poesía y uno de Edgar Allá Poe como base trágica, los lleve a mi
escritorio y dedique unos segundo a contemplarlos, eran hermosos, pero más
hermoso, lo que de mi mente iba a comenzar a fluir, me sentía motivado y lleno
de vivacidad, no tenía sueño ni hambre, lo cual m-e ayudaba, ya que con alguna
de las dos cosas, mis ideas se veían reducidas por el deseo de tener alguna de
las dos en el momento, ignore por completo todo y llame a mi esposa, después de
unos minutos ella entro relajadamente con su sonrisa especial y seductora, con
aquel vestido rojo que tanto me gustaba y con aquellos aretes de manzana que la
hacían lucir espectacular.
-¿Está todo bien amor? –Me espeto con delicadeza
pero con una mirada merodeadora-
-Si amor, todo excelente, -exclamé con
entusiasmo, en sus ojos pude notar algo de curiosidad por mi cambio repentino-,
hoy amor, me siento motivado, hay, hay algo que no sé qué sea, pero me ha
inspirado, creo que las galletas y él te regresaran de nuevo.
Ella me miro y sonrió, la contagie con mis ánimos,
me esbozo una sonrisa tan amplia que la vi radiante bajo la luminosa luz de la habitación, nunca la había visto tan
bella, me sorprendió como mi visión sobre las cosas habían cambiado, ahora,
veía luz aquí, felicidad allá, inspiración hasta en el cuadro de la montaña que
colgaba en una de las paredes de mármol, sinceramente creí que podría escribir
un libro ¡Sí!, “mi obra maestra”, ¿porque no?
Mi esposa me abrazo y me beso tan deliciosamente
que tuve una enorme erección, pude reconocer la sensación de sus manos, era la
señal de que quería hacer el amor, pero no esa noche…
-Hoy no amor, hoy habrá magia, pero en mis manos.
-Lo sé, espero que esa magia crezca en la cama,
cuando termines.
Y así como así salió de la habitación, yo sabía
que regresaría con las galletas, con él te. Regresaría y me vería entretenido
en mi trabajo, sabría que no diría nada, solo entraría, dejaría las cosas y
saldría lentamente. En cuando a mí, al ver que la puerta se cerraba frente a mí,
di la vuelta y con suave y ligero movimiento me senté frente al escritorio,
frente a mi máquina de escribir vieja, tan vieja como el puente de la vieja
estación del ferrocarril, con algunos bracillos oxidados pero aun funcionales,
me concentré, los dedos comenzaron a bailar como lindas bailarinas, lo estaba
haciendo, lo iba logrando. La tormenta se había desatado... (Continua)
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