lunes, 2 de octubre de 2017

La Torre de las Horas Largas

La soledad parecía absolutamente virgen, sentí como mi corazón se contraía, sentía como era atravesada por una flecha envenenada. Cuando aquella campana perversa de aquella torre endemoniada marcaba las cinco de la tarde, mis peores temores tomaron forma y cobraron vida. Aquellos pensamientos me llevaron a un mundo irreal, radical y primitivo, pues en aquel momento nuestra locura extrema se manifestó de manera incontrolable.


Era un día obscuro, caliente y neblinoso, las persona se encerraban en sus casas pues, la profunda niebla soltaba de su patio a los demonios más aterradores que azotaban a nuestro pequeño pueblo, llegaban con grandes deseos de alimentarse, los niños y las mujeres corrían a través de las ladeadas calles de tierra, tan vacías como el desierto ébano que se extiende por el mundo. Murmullos se escuchaban silenciosamente. Pues sí, las campanas sonaban con un estruendo asombroso y en cada timbre de ellas, era una alerta para protegernos de las bestias. El pueblo permanecía quieto como estatuas romanas, el corazón más palpitante podría ser el delator de nuestra existencia, podría ser la causa de una muerte prematura y de la extinción del alma. Pues a ellos no les gustaba la vida ¿Qué clase de seres aterradores eran ellos?

Bajo la tarde, las miradas se alzaban con incredulidad. Una hora, una hora de nuestras vidas la teníamos que mantener en completa sumisión, en completa calma, mientras pensaba en como mi tranquilidad  jugaba un papel importante en mi salvación, mis parpados se apretaban como en una especie de espasmo, mis ojos se hacían cristalinos, y de ellas emanaban diamantes cortados. No era el único, todos pasábamos por el mismo calvario. Nadie se preguntaba porque permanecíamos ahí, debía de ser por nuestra familia o tal vez por nuestras tierras. Las raíces se enroscaban en nuestros corazones y nos ataban, nos hacían permanecer en aquel pueblo desolado y azotado.

Cuando daban las cinco y las campanas abrían el lúgubre cántico de la tarde, las náuseas me envolvían, todos permanecían quietos, asombrados y preocupados, las miradas de la gente comenzaban a invadirse por el pánico inmisericorde, los pies tambaleaban y las manos se doblegaban. La campana cantaba con golpeteos espeluznantes, todos miraban hacia el cielo, todos miraban hacía aquella campana colgada de la torre con esquinas arqueadas de roca perversa, y fachada babilónica. Aquella campana oxidada que daba la llamada a la muerte, al despertar de aquellas cosas horrendas que tanto nos atormentaban. 

Las cinco de la tarde. Las cinco campanadas más largas de mi vida. No era una pesadilla. Nada tenía de la inequívoca idiosinerasia del sueño. Era real, tan real como este pedazo de papel sobre el que mis palabras expresan mi miedo consumido por la pena. Campana de los arcángeles subterráneos. Esperábamos tanto tiempo, sumidos en la inconciencia, reflexionando sobre nuestros días y sobre nuestra vida, las malas acciones que nos determinaban a llevar un cargo de conciencia. Cada día, admirábamos una vez más a la vida en su entera plenitud.

Aquello que salía de las profundidades de los bosques agitados, era horrible, se burlaba de nuestras vidas, nos atormentaba hasta las profundidades de nuestros más ardientes pensamientos ¡Que más querían! ¡Que más deseaban!, habíamos aprendido de la vida. Habíamos perdonado al dolor y a la ira.
Estábamos vivos ¡Queríamos seguir vivos!

Eran Demonios limitados a simples amenazas, tenían la intención de usarnos como alimento del miedo. No sabían lo que en nosotros causaban. Aquella campana, aquella torre, en el centro del pueblo de unos cuantos de cientos de personas. Cada día moríamos una hora, una hora completa. Jamás me pregunte porque. 

Soy incapaz de describir, no tengo las palabras para expresar esta ansia salvaje, esa anhelante vehemencia de vivir, y salir a enfrentar mis miedos¿Algún día lo descifrare? No lo sé, solo sé que quiero que este momento pase, como todos los demás días, semanas, meses y años, de mi estancia en esta familiar creencia.

No tenía nada peculiar, ninguna expresión, predominante que fijar en la memoria, yo era un rostro visto e inmediatamente olvidado, como el de todos los demás. Un hombre que se doblegaba a los ángeles, poseyente de una voluntad que no moría.

Podía sentir que mi vida volvía cuando aquel sonido volvía en forma de seis cantos celestiales. Era cuando las miradas salían de los agujeros  y de la obscuridad de las casas, la vida volvía a permanecer tranquila y la gente volvía a sonreír, podía caminar por las entradas, por las salidas, podía subir y trepar a los árboles, volvíamos a ser un pueblo unido, era una relación incompleta pues al día siguiente, sabíamos que estaríamos completos, cuando la hora de pensar y dar gracias por vivir, volvía a nosotros por una hora más, cuando aquella campana oxidada que colgaba de la torre con esquinas arqueadas de roca perversa, y fachada babilónica, nos hiciera despertar de nuestra fantasía y volvernos a la realidad al soltar a las bestias horribles de los bosques tormentosos, solo así, sabíamos que debíamos de vivir, solo así, de esa manera tan artera podíamos dar gracias por poder vivir un día mas, solo un día más…






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