La soledad parecía absolutamente virgen, sentí como mi
corazón se contraía, sentía como era atravesada por una flecha envenenada. Cuando
aquella campana perversa de aquella torre endemoniada marcaba las cinco de la
tarde, mis peores temores tomaron forma y cobraron vida. Aquellos pensamientos me
llevaron a un mundo irreal, radical y primitivo, pues en aquel momento nuestra
locura extrema se manifestó de manera incontrolable.
Era un día obscuro, caliente y neblinoso, las persona
se encerraban en sus casas pues, la profunda niebla soltaba de su patio a los
demonios más aterradores que azotaban a nuestro pequeño pueblo, llegaban con
grandes deseos de alimentarse, los niños y las mujeres corrían a través de las
ladeadas calles de tierra, tan vacías como el desierto ébano que se extiende
por el mundo. Murmullos se escuchaban silenciosamente. Pues sí, las campanas
sonaban con un estruendo asombroso y en cada timbre de ellas, era una alerta para
protegernos de las bestias. El pueblo permanecía quieto como estatuas romanas,
el corazón más palpitante podría ser el delator de nuestra existencia, podría
ser la causa de una muerte prematura y de la extinción del alma. Pues a ellos
no les gustaba la vida ¿Qué clase de seres aterradores eran ellos?
Bajo la tarde, las miradas se alzaban con
incredulidad. Una hora, una hora de nuestras vidas la teníamos que mantener en
completa sumisión, en completa calma, mientras pensaba en como mi tranquilidad jugaba un papel importante en mi salvación,
mis parpados se apretaban como en una especie de espasmo, mis ojos se hacían
cristalinos, y de ellas emanaban diamantes cortados. No era el único, todos pasábamos
por el mismo calvario. Nadie se preguntaba porque permanecíamos ahí, debía de
ser por nuestra familia o tal vez por nuestras tierras. Las raíces se
enroscaban en nuestros corazones y nos ataban, nos hacían permanecer en aquel
pueblo desolado y azotado.
Cuando daban las cinco y las campanas abrían el lúgubre
cántico de la tarde, las náuseas me envolvían, todos permanecían quietos,
asombrados y preocupados, las miradas de la gente comenzaban a invadirse
por el pánico inmisericorde, los pies tambaleaban y las manos se doblegaban. La
campana cantaba con golpeteos espeluznantes, todos miraban hacia el cielo, todos miraban hacía aquella campana colgada de
la torre con esquinas arqueadas de roca perversa, y fachada babilónica. Aquella
campana oxidada que daba la llamada a la muerte, al despertar de aquellas cosas
horrendas que tanto nos atormentaban.
Las cinco de la tarde. Las cinco
campanadas más largas de mi vida. No era una pesadilla. Nada tenía de la inequívoca
idiosinerasia del sueño. Era real, tan real como este pedazo de papel sobre el
que mis palabras expresan mi miedo consumido por la pena. Campana de los arcángeles
subterráneos. Esperábamos tanto tiempo, sumidos en la inconciencia,
reflexionando sobre nuestros días y sobre nuestra vida, las malas acciones que
nos determinaban a llevar un cargo de conciencia. Cada día, admirábamos una vez
más a la vida en su entera plenitud.
Aquello que salía de las profundidades de los bosques
agitados, era horrible, se burlaba de nuestras vidas, nos atormentaba hasta las
profundidades de nuestros más ardientes pensamientos ¡Que más querían! ¡Que más
deseaban!, habíamos aprendido de la vida. Habíamos perdonado al dolor y a la
ira.
Estábamos vivos ¡Queríamos seguir vivos!
Eran Demonios limitados a simples amenazas, tenían la intención
de usarnos como alimento del miedo. No sabían lo que en nosotros causaban. Aquella
campana, aquella torre, en el centro del pueblo de unos cuantos de cientos de
personas. Cada día moríamos una hora, una hora completa. Jamás me pregunte
porque.
Soy incapaz de describir, no tengo las palabras para expresar esta
ansia salvaje, esa anhelante vehemencia de vivir, y salir a enfrentar mis
miedos¿Algún día lo descifrare? No lo sé, solo sé que quiero que
este momento pase, como todos los demás días, semanas, meses y años, de mi
estancia en esta familiar creencia.
No tenía nada peculiar, ninguna expresión,
predominante que fijar en la memoria, yo era un rostro visto e inmediatamente
olvidado, como el de todos los demás. Un hombre que se doblegaba a los ángeles,
poseyente de una voluntad que no moría.
Podía sentir que mi vida volvía cuando aquel sonido volvía
en forma de seis cantos celestiales. Era cuando las miradas salían de los
agujeros y de la obscuridad de las
casas, la vida volvía a permanecer tranquila y la gente volvía a sonreír, podía
caminar por las entradas, por las salidas, podía subir y trepar a los árboles, volvíamos
a ser un pueblo unido, era una relación incompleta pues al día siguiente, sabíamos
que estaríamos completos, cuando la hora de pensar y dar gracias por vivir, volvía
a nosotros por una hora más, cuando aquella campana oxidada que colgaba de la torre
con esquinas arqueadas de roca perversa, y fachada babilónica, nos hiciera
despertar de nuestra fantasía y volvernos a la realidad al soltar a las bestias
horribles de los bosques tormentosos, solo así, sabíamos que debíamos de vivir,
solo así, de esa manera tan artera podíamos dar gracias por poder vivir un día
mas, solo un día más…
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